martes, 28 de junio de 2011

El inevitable adios

Son varias las oportunidades en las que he hablado de mi tierra, aquel maldito oasis que me produce sentimientos de amor y odio, y que con todo lo malo que tiene no lo cambiaría por nada... O al menos eso creía.

Y es que si bien sabía que abandonaría la urbe de cobre, realmente no lograba asimilarlo. No lo asimilé cuando vendimos la casa, no lo asimilé cuando embalamos todos los muebles, ni siquiera cuando tenía en mis manos el cheque de la venta que confirmaba que ya no iría nunca más allá.  De hecho cuando volví a la Perla del Norte a estudiar ni siquiera me despedí de mis amigos, de mis dos lugares preferidos, de ese clima... 

Simplemente partí, sin mirar atrás y con la esperanza de que volvería... Pero fue hace una semana, cuando tomé un bus para 'volver a mi casa' que tuve que asumir que en realidad ya no volveré. Que ahora mi hogar queda en dirección opuesta a mi querida Tierra de Sol y Cobre.

Es decir, al sur y cambiando el desierto por la costa, los monótonos paisajes de tierra sin horizontes por densa vegetación (incluyendo algunos bosques) y ese cálido y árido sol calameño por un eterno sol de invierno que jamás sale sin la vestimenta de las nubes.

Y no me quejo, este lugar es precioso, variado y multifacetico, pero como mi pequeño oasis loíno no hay igual... 

Y es una pena haberlo abandonado sin siquiera decirle adiós...