Eric era un tipo bastante... prescindible. De estatura media, muy blanco y sin un rostro expresivo. Jamás gustó de ser el alma de la fiesta, sólo hablaba para decir lo justo y necesario. No le gustaba llamar la atención y apenas soportaba a sus compañeros de trabajo.
Al terminar la jornada laboral se iba inmediatamente para evitar toparse con los demás. Era el tipo que cuyo jefe jamás aprendió su nombre, el que nadie lograba recordar y por tanto, alguien que nadie extrañaría si le pasase algo.
Él sabía ésto y no parecía molestarle, sino que muy por el contrario. Tenía el extraño pensamiento de que ser así lo convertía en alguien autentico. Aunque -paradójicamente- realmente no importaba pues nadie podía recordarlo.
Su vida era sencilla, arrendaba una pequeña habitación en una residencial cercana a su trabajo, no molestaba a nadie y evitaba que los demás se metieran con él.
Sin embargo, no es posible vivir evadiendo el mundo, y en ciertas ocasiones -muy a su pesar- debía participar en actividades sociales que le eran impuestas. Como las cenas navideñas, la fiesta de fin de año o alguna reunión cualquiera por motivo del ascenso de unos compañeros de trabajo o la llegada de un nuevo jefe.
Es así que aquél 27 de julio debió cambiar su rutina de salir e irse a su casa por el de ir a una cena con todo el personal de trabajo. ¿El motivo? darle la bienvenida al presidente de la compañía que volvía de una exitosa gira al viejo mundo.
Ya cuando todos habían terminado de comer y sólo restaba beber y disfrutar, Eric vio el momento de retirarse de aquel fastidioso ambiente para llegar a su apacible hogar. Se levantó de la mesa casi pasando inadvertido, si no fuera porque una colega -que lo observaba de hace un rato- lo interrumpió preguntándole que a dónde iba.
Con un tono bastante molesto respondió que sólo iba al baño. Sin embargo, y pese a que eso parecía, no estaba molesto porque una completa desconocida inapropiadamente le pidiera explicaciones de por qué se levantaba. Sino que fue por el hecho que en ese instante las miradas de todos los presentes se centraron en su persona. Algo que inevitablemente lo irritaba.
Y efectivamente pasó al baño, se mojó la cara, se miró en el espejo por un instante hasta que se calmó y salió. Pero tal como tenía previsto, no volvió a la mesa, sino que salió hasta su auto y se marchó.
Ya en el camino se dio cuenta que se le acabaron los cigarrillos por lo que decidió pasar a comprar un cajetilla. Por alguna extraña razón se quedó mirando la cajetilla vacía mientras conducía, "el cigarro mata" leyó tras el dibujo de una calavera. Sonrió, "patrañas!" dijo mientras apretaba la cajetilla con el puño y la lanzaba por la ventana del auto.
La miró por el espejo retrovisor mientras se perdía en la oscura y solitaria noche. Fue a poner uno de sus discos, pues la música de la radio no era de sus gustos. Entonces, en un descuido, el disco cae bajo el asiento. Comienza a buscarlo sin prestar atención al camino. Es allí cuando, sin darse cuenta, su auto se desvía del camino... golpea un árbol cayendo el tronco sobre el vehículo y aplastándolo sin siquiera darse cuenta.
En realidad no murió instantáneamente, en realidad pudo haberse salvado, en realidad -si alguien hubiera sabido que existía- no habría muerto. Ya que, quizás, alguien habría llamado a alguna ambulancia.
Pero eso no pasó, y no fue hasta el otro día -10 horas después del suceso- que lo encontraron cuando retiraban el vehículo del lugar pensando que el chófer había escapado. Lamentablemente toda una vida evitando a la gente culminó con una triste muerte de un mero desconocido.